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Manuel Hernández, taxista de las Palmas, cooperador del Opus Dei. Manuel hace una pausa para dar su testimonio ante la cámara, porque se encuentra en plena faena, en la terraza, dando color con unas témperas a un cuadro del comedor. 

Este grancanario es un auténtico manitas, amante de la pintura y gran aficionado a la restauración de objetos y muebles; ahí está, para confirmarlo, el flamante reloj de pared de su salón. Empezó de chapista hace ya algunos años, pero luego, por esas vueltas que da la vida, acabó en el mundo del taxi. Eso le da un profundo conocimiento la sociedad grancanaria, porque entre viaje y viaje, se acaba conversando de todo con los viajeros: de Dios, la vida y la muerte, la educación de los hijos…

Pero no siempre las conversaciones en el taxi siguen derroteros tan elevados, porque Manuel es hombre de muchas y variadas aficiones: unas veces terminan hablando del Barça, que es otra de sus grandes pasiones (en cuanto termine el cuadro del comedor –explica- va da darle color a un escudo en escayola de su equipo); o de cine, en concreto, del cine clásico americano de los años cuarenta y cincuenta, que es el que le gusta.

Manuel es cooperador del Opus Dei y da todos los días gracias a Dios porque sus tres hijas son buenas cristianas y estudiantes que sacan parte de su tiempo los fines de semana para ayudar a los ancianos que necesitan compañía de la Clínica Cajal o de La Paloma. Las tres son del Opus Dei. 

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