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Me llamo Edik (que en kazajo es el nombre del río Volga), pero mi nombre cristiano es Eduardo. Soy ciudadano de la República de Kazajstán. Los primeros recuerdos que tengo de mi infancia son de la época que vivía en una pequeña yurta (tienda que servía de vivienda a los nómadas, echa con un armazón de maderas y recubierta con pieles)

en la estepa, en una familia de pastores y me gustaba echarme en los calurosos días de junio en la fresca orilla del Volga y pensar en la vida, hacerme preguntas, mientras miraba por el techo de la yurta los pájaros que volaban en lo alto.

Al comienzo vivía en casa de mis tíos, más tarde en la de mi primo y su esposa. Cuando llegó la hora de escoger una profesión, me convertí en piloto de barcos de vela en el río Irtysh.

No puedo expresar cómo me sentía en esa época, especialmente cuando llevaba el velero por las noches y tenía tiempo para pensar. Mientras escuchaba el canto de los pájaros o las voces lejanas de la gente a lo lejos, me preguntaba, por ejemplo: ¿tiene sentido mi vida? ¿He nacido para algo concreto? ¿Existe Dios? ¿Quién ha creado toda esta belleza? Llegué a la ciudad de Tobolsk. Allí entré por primera vez en una Iglesia ortodoxa y me parece recordar que pensé en la vida, la fe, la existencia de Dios.

Antes, el tiempo que había pasado en casa de mis padres, recuerdo que ellos rezaban y vivían el ayuno del Ramadán (fiesta musulmana). Pero, en la Unión Soviética decían que Dios no existía. Cuando ves tantas opiniones contrarias, por lo menos comienzas a pensar quién tendrá razón.

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Más tarde, en Riga vi por primera vez una Iglesia luterana y luego una Iglesia Católica. Me gustó mucho. Así fue como supe que existía la fe Católica. El órgano, las imágenes de los santos, los ángeles. Entonces me comencé a hacer muchas más preguntas: ¿Por qué crucificaron a Jesús? ¿Para qué Resucitó? ¿Por qué María es la Madre de Dios? ¿Quién soy yo en verdad? ¿A dónde voy? ¿Para qué estoy aquí? Pero no había respuesta. De todos modos, durante la visita a esta catedral, que me asombró por su belleza, se despertaron en mí buenos sentimiento espirituales.

Fue en Almaty, donde conocí a un sacerdote del Opus Dei. Nos encontrábamos y hablábamos de la Religión Católica. El Padre me hablaba del Evangelio y me daba a leer literatura espiritual, después me preguntaba sobre lo que había leído, y lo que no había entendido me lo explicaba. Un día me invitó a ir a Misa y así nos hicimos amigos.

En cada conversación yo iba conociendo más y más el Nuevo Testamento, por lo cual le estaré siempre muy agradecido. Después conocí a otros miembros del Opus Dei. El fundador del Opus Dei, Josemaría Escrivá decía que nosotros podemos ser santos a través de nuestro trabajo ordinario. Eso quiere decir, que santo pueden ser todos, puede ser cada uno de nosotros. Yo antes no sabía esto. Rápidamente me convertí en un cooperador del Opus Dei.

En el 2001 gracias a la invitación del Presidente de Kazajstán Nursultan Nazarbaev, vino desde el Vaticano, en visita a Astana, la capital de mi país, su Santidad el Papa Juan Pablo II.

Estoy agradecido de todo corazón a mis amigos católicos, miembros del Opus Dei, por la invitación que me hicieron para ir a encontrarnos con el Papa Juan Pablo II. Viajamos en tren y por fin llegamos a la plaza donde tendría lugar el encuentro. Llegó el Papa y ¡bendijo a todos los que estaban en la plaza!. A cada uno, a los católicos, a los creyentes de otras religiones, a los que simplemente habían venido a la plaza y a los ateístas. ¡A todos! Entonces –pensé- a mí también me ha bendecido el Papa. Después celebró la Santa Misa.

Después de eso, poco a poco, comencé a ver las cosas de otro modo. Mi visión de la vida cambió hasta tal punto, que eso me llevó a pensar seriamente en recibir el bautismo.

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En el 2002 nuevamente pude encontrarme con el Papa, esta vez en la Canonización de Josemaría Escrivá, fundador del Opus Dei, en el Vaticano. El 6 de octubre yo era uno de los que estaba en la plaza de San Pedro, donde se reunieron también otros cooperadores y amigos de todas partes del mundo. El momento más emocionante, de alegría y tensión, fue cuando, finalmente, Josemaría Escrivá de Balaguer, entró a formar parte de la lista de los Santos. Después de esto, se oyeron gritos de entusiasmo y un gran aplauso de todos los fieles.

En Roma recé y pensé mucho. Especialmente pensé en los mártires, que dieron su vida por la fe. Visité las catacumbas. Y finalmente yo mismo decidí hacerme católico. En la catequesis aprendí muchas cosas nuevas. Por ejemplo que Dios es el Creador de todo, que no mi vida no es una casualidad o un accidente, que El tiene un plan para mí. Y en la siguiente Pascua me bautizaron.

Mi fe me ayuda en el trabajo y la familia. La oración diaria y el rezo del Santo Rosario me ayudan a ser más comprensivo y paciente con la gente. Incluso, en el trabajo cuando estoy muy cansado, pienso en Jesús, que se dejó clavar en la Cruz por nosotros y me digo “hay que continuar”.

Pero lo más importante, es que ahora tengo respuesta para las preguntas más importantes de la vida. Y ahora, cuando descanso después del trabajo y observo los pájaros en el patio, y oigo el ruido de las hojas y el sonido de los insectos nocturnos, yo veo en todas estas cosas a Dios, que sale a mi encuentro. 

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